«El día 15-2-1926, volviendo yo allí [para vaciar un cubo de basura en el patio], como es costumbre, encontré a un niño que me parecía ser el mismo [que ya había encontrado una vez antes allí] y le pregunté entonces:
–¿Has pedido el Niño Jesús a la Madre del Cielo?
El niño se vuelve hacía mí y me dice:
–¿Y tú has difundido, por el mundo, aquello que la Madre del Cielo te pidió?
Y, en esto, se transforma en un Niño resplandeciente. Conociendo entonces que era Jesús, dije:
–¡Jesús mío! Tú bien sabes lo que mi confesor me dijo en la carta que te leí. Decía que era precioso que aquella visión se repitiese, que hubiese hechos para que fuese creída, y la madre Superiora, sola, propagar este hecho, nada podía hacer.
–Es verdad que la Madre Superiora sola, nada puede; pero, con mi Gracia, puede todo. Y basta que tu Confesor te dé licencia y tu Superiora lo diga, para que sea creído hasta sin saber a quién le fue revelado.
–Pero mi Confesor decía en la carta que esta devoción no hacía falta en el mundo, porque ya había muchas almas que te recibían los primeros sábados, en honor de Nuestra Señora y de los 15 misterios del Rosario.
–Es verdad, hija mía, que muchas almas los comienzan, pero pocas los acaban; y las que los terminan, es con el fin de recibir las gracias que ahí están prometidas; y me agradan más las que hicieron los cinco con fervor y con el fin de desagraviar al Corazón de tu Madre del Cielo, que los que hagan los 15, tibios e indiferentes...
{–¡Jesús mío! Muchas almas tienen la dificultad de confesarse el sábado. ¡Si permitiese que la confesión de ocho días fuese válida!
–Sí. Pueden ser muchos más días, contando que estén en gracia en el primer sábado, cuando me reciban; y que en esa confesión anterior hayan hecho la intención de, con ella, desagraviar al Sagrado Corazón de María.
–¡Jesús mío! ¿Y las que se olvidaran de formar esa intención?
–Me la pueden formular después en otra confesión siguiente, aprovechando la primera ocasión que tuvieran para confesarse}».
