Textos de Sor Lucía 

Todos los textos han sido extraídos del libro «Un camino bajo la mirada de María» y las «Memorias de Sor Lucía»

De su época de Hermana Dorotea 

«Pasé en Pontevedra los primeros meses de la revolución comunista, dispuesta a aceptar el martirio, si Dios quisiera hacerme esa gracia, pero Él me reservaba otro martirio a veces no más fácil: el lento golpear del martillo de la renuncia que crucifica e inmola, como una lima sorda que desgasta en el discurrir continuo de la vida entregada para siempre. ¡Lo que Tu quieras, Señor mío y Dios mío! “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc VIII, 34). ¡Sí! Es el programa trazado por Dios en mi camino: renunciar a todo, a mí misma. En el último lugar, que nadie codicia, donde no hay ilusión, ni vanidad, permanecer ahí por Amor, ignorada, desconocida, olvidada. Es más que ser perseguida por celos, envidia, ambición. Es no tener nada que otros puedan desear. Es no ocupar lugar, ¡pasar inadvertida en silencio y en sombra! Es seguirte, buen Jesús, en el anonadamiento de la Hostia Santa, del Sagrario abandonado, en el ultraje y en el sacrilegio prolongado además a través de los tiempos, hasta el final de los siglos. Es la permanente renovación de mi Sí».

Lee sus escritos al verse como Dorotea en contra de su deseo y anhelar ardientemente la vida contemplativa y carmelita.

Ser misionera fue otro sueño que iluminó su horizonte. Incluso llegó a ofrecerse para ir, en 1941, cuando la Madre Provincial pidió voluntarias para las Misiones. Así lo confesó en sus notas íntimas.

Leer más sobre su experiencia escribiendo a escondidas.

Como Dorotea, se ofreció como víctima a Jesús.

13 de mayo de 1942. Coincidían las “bodas de plata” de las apariciones de Fátima y las de Su Santidad el Papa Pío XII. La Consagración se hizo ese año, el día 31 de octubre. Como explicó después la Hermana Lucía, no fue válida porque no fue hecha en unión con todos los Obispos del mundo, condición pedida por Nuestra Señora. En una carta al Señor Obispo de Leiría, don José Correia da Silva, la Hermana Lucía le hace algunas confidencias de sus intimidades con el Señor y su Madre: 

«El Buen Dios me había mostrado ya su contento por el acto del Santo Padre y de varios Obispos, aunque fuese incompleto “según Su deseo”. A cambio, Él promete acabar la guerra en breve. Y la conversión de Rusia ya no será. El Buen Dios se va dejando aplacar, pero se queja amarga y dolorosamente del número limitadísimo de almas en gracia, dispuestas a negarse a sí mismas en lo que exige la observancia de Su Ley. Esta es ahora la penitencia que el Buen Dios pide: “El sacrificio que cada persona tiene que imponerse a sí misma para llevar una vida de justicia en la observancia de Su Ley y desea que se dé a conocer a las almas este camino con claridad, pues muchos, al entender el significado de la palabra “Penitencia” como las grandes austeridades, no se sienten con fuerzas ni con generosidad para eso y se desaniman en una vida de tibieza y de pecado”. Del jueves al viernes, estando en la Capilla con permiso de las Madres Superioras, a las 12 de la noche me decía Nuestro Señor: “El sacrificio de cada uno exige el cumplimiento del propio deber y la observancia de mi Ley: es la Penitencia que ahora exijo y pido».

Llegó el día 13. Su corazón sufrió el silencio que se hizo, a su alrededor, sobre este aniversario. Por María acepta «¡ser sillar escondido en los cimientos de Su Triunfo!».

«Me parece que es con nostalgias como Nuestro Señor quiere hacerme ganar el cielo ... Pues así sea, ¡es tan grande y tan hermoso! ... No me asombra que me cueste tan caro».

De los mensajes para los obispos de España

Todos los jueves se quedaba habitualmente en oración, a la medianoche desde las once, haciendo la Hora Santa. A veces pedía permiso para quedarse desde el final de la recreación de la noche. Le gustaba mucho pasar estas horas de soledad ante el Sagrario. En esas horas de intimidad con el Señor de su vida se exponía a su Luz y ¡se contemplaba en su verdad!

«Me quedé sola con Jesús Sacramentado en la capilla, desde el final de la recreación de la noche hasta la medianoche, sólo iluminada por el pálido resplandor de la lamparilla. Arrodillada en el centro, junto a la grada del comulgatorio, meditaba en el misterio de la Divina Presencia en el Augusto Sacramento. Y el Buen Dios se comunicó tan intensamente a mi alma que me sentí aniquilada con la fuerza del Amor, en la humillación, en el abatimiento de la propia nada. Pero el Amor, cuando aniquila, purifica y da vida; cuando abate, da fuerza; cuando humilla, da luz y eleva hacia la unión íntima. Es el corazón lo que Él consume y purifica de las propias miserias. Es el orgullo lo que Él aniquila con la fuerza de la humillación en Su presencia. Es la naturaleza lo que Él abate levantándola a las regiones del sacrificio, de la renuncia, de la inmolación por Él y para Él. De Ti, Dios mío, espero la gracia de seguir con fidelidad lo que de mí queréis: ¡darTe todo, darme toda! “Cantaré al Señor un cántico nuevo, resuenen mis alabanzas en la asamblea de los Santos. Acompañaré mi cántico con el salterio y al son de la cítara. Porque me habéis deleitado, Señor, con Vuestra misericordia”».

Las noches de los días 12 para el 13 eran vividas por ella en el espíritu de Fátima, en medio de la multitud de los peregrinos, rezando con y por ellos. Eran fechas tan entrañables, que nada las podían empañar. A veces conseguía permiso para permanecer en oración durante toda la noche. Así sucedió el 12 de junio de 1941: un jueves, día del Corpus Christi. Fue una vigilia especial.

En esa noche el Señor le pidió que dijera al Señor Arzobispo de Valladolid que Él quería que hiciesen algo para restaurar el fervor en la Iglesia en España, como confirmó la Hermana Lúcia en una carta del año 1943:

«¡Si los obispos de España se reuniesen en una casa destinada a eso, a hacer su retiro, y de común acuerdo concordasen los caminos por donde conducir a las almas que les han sido confiadas! Del Divino Espíritu Santo recibirían ahí luces y gracias especiales. Haz saber al Señor Arzobispo que Yo deseo ardientemente que los Señores Obispos se reúnan en retiro para que, de común acuerdo, convengan entre sí determinar los medios a aplicar para la reforma del pueblo cristiano y para remediar la laxitud del clero y de una gran parte de los Religiosos y Religiosas. El número de los que me sirven en la práctica del sacrificio es muy limitado. Yo necesito almas y sacerdotes que me sirvan en el sacrificio por mí y por las almas».

Y ella gime: «¡Oh, mi buen Jesús, siento la amargura de Vuestro Corazón, siento la pérdida de las almas, siento que yo no pueda hacer algo más, por Vos y por ellas, las almas de mis hermanos. Siento también, Vos lo sabéis, una enorme idifcultad en decir esto al Señor Obispo. Quisiera poder remediar estos males de otro modo. Pero, si esta es Vuestra Voluntad, aquí me tienes. Esperaré sólamente a una ocasión oportuna, y espero que me ayudéis, ¡en esto y siempre! ¡Oh, cómo es triste y doloroso el retroceso de las almas consagradas! ... ¡Señor, tengo miedo de mí misma, ayuda a mi extrema debilidad!».

En esta ocasión no consiguió ser fiel en la primera oportunidad y sintió que el Señor estaba disgustado con ella. Eso era la cruz más pesada. Escribió a su director espiritual, el Señor Obispo de Gurza, pidiendo que fuese él quien comunicase esa petición al Señor Arzobispo de Valladolid, sin decir de dónde provenía. Pero recibió como respuesta la parte de la carta en que le hacía esa petición, con la orden de enviarla así al Obispo al que se destinaba. No tenía más remedio que obedecer y con la pena de hacerlo sólo en el mes de enero de 1943, lo que le valió una paternal censura por no haber sido más abierta.

En junio del año siguiente, el Señor Arzobispo de Valladolid, queriendo corresponder en algo a la petición que el Señor le había hecho por mediación de su humilde sierva, decidió consagrar su diócesis al Inmaculado Corazón de María y esa ceremonia solemne se celebró en Tuy. La Hermana Dolores prefirió quedar junto a Jesús Escondido, para vivir a solas con Él esa gran emoción. Otro mensaje que ella debía transmitir. Y pudo hacerlo al día siguiente.

«El 13 de junio de 1943, el Señor Arzobispo de Valladolid vino a Tuy para hacer la consagración de la Diócesis al Inmaculado Corazón de María. El acto revistió gran solemnidad con la presencia de las autoridades Religiosas y civiles. Casi toda la Comunidad asistió, yo preferí unirme espiritualmente, quedando esas horas junto a mi querido Sagrario a solas con Jesús. Esos momentos son siempre para mí de gran emoción y por eso prefiero, cuando es posible, pasarlos a solas con Dios en la intimidad de Su presencia y en el sentimiento de la propia nada. Es entonces cuando Jesús habla, Se hace sentir, Se comunica. Y pide insistiendo: “Dile al Arzobispo que trabaje para conseguir la unión de los Obispos en España y por su medio la unión del clero, que sin unión no tendrán paz en la Iglesia ni en la Nación. Si no atendiesen mis peticiones, el comunismo seguirá la propagación de sus errores, promoverá guerras y derramamiento de sangre. En la unión ellos encontrarán la Luz, la fuerza y la gracia”».

De su tiempo como Carmelita

Con ocasión de sus votos solemnes, escribe:

«J. M. + J. T.
Señor, por el amor que tienes a mi pobre alma, acepta el holocausto que Te ofrezco en mi solemne Profesión en olor de suavidad y de víctima inmolada en amor por Ti, por tu Madre Bendita, en un perenne canto de eterna alabanza y acción de gracias. Para mí sólo esto te pido: vivir y morir en un acto de puro amor en el tiempo hasta abismarme en Ti en la eternidad. Pero, sí, también te ruego por Tu Iglesia, por Tu Vicario en la Tierra, por toda la jerarquía Sacerdotal, por la que Te renuevo mi pobre y humilde ofrecimiento. Por la conversión de los pecadores y de la pobre Rusia. Por la unión de los queridos Hermanos separados para que se estime el momento en que Tu Iglesia sea una, santa, católica y Apostólica. Por la Orden que Te es tan querida y que me ha recibido, por esta Comunidad y por cada una de mis Hermanas para que se santifiquen y Te den gloria. Por mi famlia, para sean buenos en el mundo, se santifiquen y salven para la eternidad. Finalmente, por esa multitud de necesidades e intenciones que Tu bien conoces y que fueron, son y serán, encomendadas a mis pobres oraciones. Por todos aquellos que fueron, son y serán, mis confesores y procurarán guiarme los pasos por los caminos rectos de Tu Ley.

Coimbra, 31 de Mayo de 1949.
Hermana Maria Lúcia de Jesús y del Corazón Inmaculado, i. c. d.
»

 

«Se han reanudado hoy, ¡oh Jesús!, los lazos de nuestra unión íntima, de nuestro amor, ¡de nuestro encuentro para siempre! Sólo allá en la eternidad tendrán plena realización y serán consumados ¡en el éxtasis del infinito! Mientras me dejas en la tierra, ve conduciendo mis pasos por el camino recto del Amor y, si ves que vacilo, ampara mi debilidad para que no caiga. Conoces la aspiración que Tú mismo me has dado: ¡AmarTe e inmolarme por Tu Amor! En este día, como siempre, es lo único que para mí Te pido, y que llevo escrito sobre mi pecho: ¡que sacies en mí Tu hambre de Amor! Que ese amor me inmole a Tu hermosa complacencia. Para eso Te renuevo mi ofrecimiento de ser víctima. Si Te place, acéptalo por las almas, sobre todo por las almas sacerdotales: ¡Señor, héme aquí!

Nuestra Madre Santísima que me diste por guía, y a Quien me propongo imitar y seguir, Ella me ayudará y, fijando mi mirada en Su Corazón Inmaculado, procuraré afirmar mis pasos vacilantes, mi vida oscura, apagada a los ojos del mundo, que para eso aquí me entierro, para en la observancia de la vida común, sin nada que me distinga, sólo procuraré atraer Tus ojos, para que ellos sean cada día más la Luz de mi camino. Hazme sentir, Señor, cada vez más el abismo de mi nada, mi propia impotencia, la debilidad de mi profundo ser, la miseria de que estoy hecha, para fortalecer en mí ¡la grandeza de la esperanza firme en Tí! Mirando siempre a la estrella que me diste por guía: ¡María!».

«Espiritualmente unida al Vicario de Cristo en la tierra, quiero convertirme en Hostia inmolada en el altar del sacrificio en unión con la Víctima del Calvario ofrecida al Padre como acto de reparación, de adoración y de súplica por la Iglesia mi Madre, por los miembros de Su Cuerpo místico para que ellos vivan la vida de Cristo, unidos en la misma Fe, en la misma Esperanza y en la misma Caridad».

A través de la correspondencia, la Hermana Lucía procuró ayudar a enderezar por el buen camino a aquellos que bajo el peso del pecado se le confiaban y, como el Buen Pastor, no dejaba fuera la oveja descarriada, sino que con firmeza de Maestro y cariño de Madre la ayudaba a asumir el pecado cometido, con humildad, transformando las consecuencias de ese pecado en penitencia y reparación por el mismo. Como ejemplo, puedes leer un fragmento de una carta entre muchas.

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