Santa Isabel de la Trinidad y la inmolacion
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En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre—, nos recuerda cómo Jesús también se hace presente en la cruz para transmitirnos su amor. Desde el verano de 1903, Santa Isabel de la Trinidad comenzó a tener problemas de salud: se cansaba mucho y tenía frecuentes problemas de estómago. A principios de 1905 la situación empeoró, se sentía agotada, sin fuerzas. Ella no lo sabía, pero padecía la enfermedad de Addison, que por entonces era incurable. A finales de marzo de 1906, Isabel entra en la enfermería del convento. Allí pasará los últimos ocho meses de su vida, viviendo lo que la Madre Germana calificaría como «una auténtica subida al Calvario». El estado general de Isabel fue empeorando, y en sus últimos días apenas podía comer y beber, privándose de recibir la Sagrada Comunión. Este hecho supuso un gran sufrimiento para ella, y desde su lecho experimentó cómo su vida se identificaba con la inmolación que Cristo hacía de sí mismo sobre el altar. A pesar de esta dolorosa situación, ella lo acepta todo de las manos de Dios y escribe en sus cartas: «Por encima de todo, la voluntad de Dios es mi alimento».