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Los santos nos invitan a elevar la mirada «Hacia lo Alto», hacia el Cielo, hacia Dios. Nos invitan a no quedarnos en lo que el mundo nos ofrece, sino a poner nuestro corazón en los bienes eternos y verdaderos. La subida a esta cima puede costarnos esfuerzo, pero merece la pena. Los Siervos y Siervas del Hogar de la Madre nos presentan en este programa las vidas de aquellos que ya han alcanzado la meta y que nos invitan a mirar «Hacia lo Alto».

 

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San Maximiliano vivió completamente enamorado de la Virgen, amándola y haciendo amar a aquella a quien ofrecía cada día toda su vida. Siendo sacerdote franciscano fundó la Milicia de la Inmaculada y propuso a todos sus miembros llevar la medalla de la Milagrosa, arma más fuerte que cualquier bala que pueda uno tirar contra el enemigo para vencerle. Un santo que murió dando su vida por caridad en el campo de concentración de Auschwitz tiene mucho que enseñarnos hoy. No te pierdas su historia en «Hacia lo Alto», de la mano de Marta del Pilar Calandra.

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Beato Pier Giorgio Frassati y la Virgen

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Kristin María Tenreiro —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta a Pier Giorgio Frassati, joven italiano y gran montañero, escaló los Alpes y el Valle de Aosta, pero sobre todo un fiel amigo que sabía lo que era lo verdaderamente importante: llevar a sus amigos y a todos al Señor y a Nuestra Madre. Iba siempre con el rosario en la mano mientras caminaba por la calle. Un buen día, un compañero se burló diciéndole: «¿Qué pretendes ser, un beato?». Él respondió: «Aún no he llegado a eso. Tan solo soy un cristiano».

San Rafael Arnáiz y la Virgen

En este «Hacia lo Alto», el Hno. Joaquín Rauer —Siervo del Hogar de la Madre— nos presenta la figura de san Rafael Arnáiz, uno de los santos más emblemáticos de la Iglesia del siglo XX en España. Era un joven aparentemente mundano, pero con una vida intensa oración. En sus frecuentes encuentros cara a cara con el Señor se sintió llamado a la vida contemplativa. Ingresó en la Trapa de Venta de Baños (Palencia) donde murió a la edad de veintisiete años, después de sufrir varias recaídas de una grave enfermedad que en algún momento amenazaron con impedirle vivir su vida monástica. Destacó por su tierno y firme amor a la Virgen María, que marcó claramente su vida y que nos ha legado a través de sus escritos. Él afirmaba: «Solo en Dios tengo puesta mi esperanza, y esa esperanza es María». Sigamos su ejemplo para amar cada día más a la Virgen, Nuestra Madre.

San Gabriel de la Dolorosa y la Virgen

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Sandra Galarza —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de S. Gabriel de la Dolorosa, joven religioso pasionista que murió a los 24 años de edad. Antes de entrar en la vida religiosa cayó enfermo. Hizo una promesa al Señor, pero, su atracción por el mundo y los bailes era demasiado fuerte, así que incumplió su promesa. La consecuencia fue una recaída en la enfermedad, de la que fue de nuevo curado. Viendo su pobreza, acudió a Nuestra Madre. Ella fue quien le ayudó en todo momento, fue su fuerza, su motor, su alegría, su todo. Le salvó de muchos peligros para su vida espiritual. S. Gabriel fue un enamorado de la Virgen,que lo dejó todo con absoluta radicalidad por seguir al Señor confiando totalmente en María Santísima. Pidámosle que nos ayude imitar a Jesús, como él, para obsequiar a la Virgen. Ella nos llevará al sitio donde el Señor nos espera en el Cielo.

San Luis, rey de Francia y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Elizabeth Wieck —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de san Luis, conocido por la historia como Luis IX, rey de Francia. Siguiendo el ejemplo del Maestro, san Luis desgastó su vida en beneficio de los demás: reparar la justicia, dar de comer a los pobres, dar limosna a los enfermos, visitar a los moribundos, etc. Su dependencia del Señor, especialmente en la Eucaristía, fue lo que le ayudó tomar las decisiones más correctas en los momentos más difíciles. Su reinado para él no era meramente un derecho, sino un deber que le exigía un constante sacrificio. Su secreto era la Santa Misa diaria. Pidamos a san Luis, rey de Francia, un aumento de fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, para que podamos crecer en nuestro amor y deseo de recibirle con un corazón limpio.

San Luis Beltrán y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Elizabeth Wieck —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de un santo dominico español que destacó por su humildad y por el don de la oración: san Luis Beltrán. Ordenado sacerdote con solo veintidós años, pasaba largos ratos delante del Santísimo Sacramento. Se convirtió en un ejemplo vivo de santidad para sus hermanos de comunidad. Misionero en Colombia, es allí donde descubre cuán importante es que los fieles cristianos se den cuenta de la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Siete años después regresa a España, donde continúa profundizando su intensa vida de oración eucarística, que será su apoyo, su delicia y más grande su tesoro. Debemos agradecer a san Luis Beltrán la promoción de la práctica de la comunión frecuentemente y la devoción a la presencia eucarística.

Jacques Fesch y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Anna Riordan —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de Jacques Fesch, joven francés condenado a pena capital por el asesinato de un policía. En el corredor de la muerte, encuentra a tres personas que serán cruciales en su conversión. En el redescubrimiento de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, Jacques llega a experimentar un gran deseo de ser oblación y víctima del Amor Misericordioso de Dios. Allí, en la cárcel, recobra su dignidad de hijo de Dios. Muere en la guillotina el 1 de octubre de 1957, en la fiesta de una gran santa que le ayudó mucho en sus últimos días: Santa Teresita del Niño Jesús.

San Manuel González y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre— nos habla del amor con que debemos corresponder al AMOR. Y nos lo recuerda con la vida de san Manuel González, conocido como «el obispo de los sagrarios abandonados» y su apostolado. Don Manuel fue destinado a una parroquia en la que Dios no era el centro de la vida de sus fieles. Él mismo fue recibido por los niños a pedradas. Pero el amor que don Manuel tenía por la salvación de las almas, terminó por conquistarlos para Jesucristo. Don Manuel pidió a un grupo de señoras fieles en la parroquia que acompañaran al más abandonado de todos, a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, dando inicio así a grupos de adoración y reparación eucarística.

Anne de Guignè y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Anna Riordan —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de Anne de Guignè, una niña que voló al Cielo con solo once años. Dios permitió que, al ver la profunda tristeza de su madre tras la muerte de su padre, Anne empezara su conversión. Preguntó a su madre cómo podía consolarla. Ella respondió que tenía que ser buena. Dios se valió del amor de Anne por su madre para que empezara a esforzarse por ser humilde y obediente, pues, ya a los cinco años, Anne sabía que el orgullo y la desobediencia eran sus defectos dominantes. Su primera comunión fue un paso muy importante para conocer a Jesús, amarle y seguirle. Su madre comentó en alguna ocasión que «seguramente Anne no hubiera podido luchar contra sus defectos dominantes —el orgullo y la desobediencia— si no hubiera sido por la Eucaristía». El amor a la Eucaristía la llevó a esforzarse por hacer la voluntad de Jesús, sin poner como excusa su corta edad y su enfermedad.

San Francisco de Asís y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre— nos recuerda que san Francisco de Asís fue un enamorado de Jesús Eucaristía, por quien dejó su vida de comodidades para seguir a Cristo pobre, Cristo casto, Cristo humilde y obediente. El Señor le habló al corazón diciéndole: «¿Qué es mejor, servir al siervo o al maestro?». San Francisco respondió: «Al maestro». Jesús respondió: «¿Y por qué te empeñas en servir al siervo?». Y mostrándole esta verdad de su ser, le llamaba a reparar su Iglesia, pues «amenazaba ruina». La realidad de la presencia de Jesús en la Eucaristía fue la fuerza de san Francisco para dejarlo todo y seguir al Señor hasta verlo cara a cara, en el Cielo, para siempre.

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