28 de julio - 4 de agosto de 2012
- Categoría: Noticiario semanal
Cuando yo era pequeña, nos hablaban de la sobriedad. Hoy ya no oigo hablar de ella en la Iglesia nunca, al contrario. ¿Es que no es algo que hay que buscar?
Es impresionante el número de personas que hoy consultan a videntes, astrólogos, futuristas, etc. Con frecuencia oigo hablar de personas que tienen la capacidad de percibir y de emitir radiaciones con las que llegan a detectar objetos perdidos, personas desaparecidas, partes del cuerpo afectadas por una enfermedad, etc., y hasta agüeran algunas curaciones o al menos alivian ciertos dolores. Este año asistí en Madrid a una conferencia cuaresmal confiada por el Cardenal Arzobispo a un religioso, que tiene fama de ciencia y piedad. Habló del ocultismo. Él mismo perteneció durante algún tiempo a un grupo de ese tipo de personas al que me he referido más arriba. En la conferencia, se manifestó muy severo con todas estas cosas porque aun cuando algunas de estas prácticas no hagan sino echar mano a la fuerza del naturaleza, la experiencia le dice que con frecuencia se mezcla una acción preternatural. Se apoyó en diversos pasajes de la Escritura, en particular en Deuteronomio 18, 10; y en algunos números del Catecismo. ¿Qué piensa usted de todo esto?
El derecho canónico mantiene el principio de que el vínculo matrimonial goza del favor del derecho, es decir, que hay que presumir como válidos todos los matrimonios celebrados ante el sacerdote y dos testigos, a menos que se pruebe de una manera cierta que no lo son, ya sea por algún defecto de consentimiento, ya porque había un impedimento que no se dispensó, o por falta de madurez en alguno de los dos cónyuges para asumir los deberes conyugales. Y, además, en estos casos, cuando el matrimonio se demuestra que fue nulo desde el principio, lo pastoralmente correcto es tratar de convalidarlo, subsanando las causas de nulidad siempre que sea posible. Pero actualmente, con tantas separaciones y sentencias de nulidad por parte de los tribunales eclesiásticos, parece más bien que acabaremos afirmando el principio contrario. Es decir, que la mayoría de los matrimonios son nulos. ¿Usted qué piensa?
Leí hace años la vida del Padre Pío de Pietrelcina. Ahora, después de que haya sido canonizado y, puesto que tengo muchos buenos amigos católicos que desconocen la figura de este gran santo de nuestro tiempo, me he planteado dársela a conocer. Pero he de confesar que estoy dudando sobre esto, ya que hay muchos carismas extraordinarios en su vida: estigmas sangrantes de la Pasión del Señor durante 50 años, lucha abierta y violenta contra el diablo, conocimiento interior de la personas, bilocaciones reales y comprobadas, etc.; que me temo que un santo así asuste a mis amigos. Además, las persecuciones de que fue objeto por parte de varios obispos, teólogos bien considerados y del mismo Santo Oficio, y finalmente por algunos superiores de su misma orden capuchina; me da miedo que puedan escandalizar estos lectores. ¿Qué me aconseja?
En una parroquia vecina a la mía, ha cambiado el párroco. A una señora, ya mayor, al encontrarla a salir de la misa un día laboral, le pregunté que por qué accudía a mi parroquia y no a la suya. Ella me contestó: “El domingo, en la Santa Misa, en la consagración, el nuevo párroco dijo que no se arrodillara nadie. Yo no pude no arrodillarme porque mi conciencia me dice que debo hacerlo. Al terminar la misa, se dirigió a mí y me dijo: "Usted está desobedieciendo a la Iglesia, al Papa y mí, que soy el párroco”. A mí me pareció que había hecho bien la señora, ya que San Pablo dice que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble. Y la consagración, ¿no es lo más grande que occurre en la tierra, cuando el pan y vino se convierten en el Cuerpo y Sangre del mismo Hijo de Dios? Dígame algo sobre esto, por favor.
“Conviértenos y nos convertiremos” (Lam. 5, 21). Si la gracia es un don, ¿cómo se explica que haya hombres sin ella? ¿Qué se le puede pedir al hombre que vive en pecado por no conocer a Dios?
Estoy siguiendo unos cursos en un instituto católico de teología. El otro día, uno de los profesores, al cual admiro, nos habló de una comisión compuesta por teólogos, moralistas, filósofos, antropólogos, biólogos, juristas, etc. que está tratando de establecer cuándo comienza el hombre a ser persona. Y nos expuso, sin hacerla enteramente suya, una hipótesis que parece ganar adeptos. Confieso que a mí, que siempre he sostenido con la Iglesia que eso sucede en el mismo momento de la concepción, me llamó la atención, y parecía bastante aceptable. El embrión comenzaría ser persona en el momento en que se manifestase como individuo. Ahora bien, esto no ocurre hasta pasadas las 16 primeras divisiones y subdivisiones celulares, es decir, a partir del estado de mórula. Porque a partir de ese momento, y no antes, ya no puede dividirse en 2 o más partes capaces de reproducir cada una el organismo entero. Hasta este momento, el embrión no sería un individuo. Estaría en un estado amorfo, indefinido y, en consecuencia, no sería persona. ¿Qué le parece?
El noveno mandamiento nos prohíbe tener malos pensamientos, pero ¿es eso posible? ¿Qué trascendencia pueden tener unos actos puramente internos como son los pensamientos?
Desde pequeños, nuestras madres nos han enseñado a llamar Madre a María. María es nuestra Madre del cielo. En la catequesis y en la predicación se vuelve constantemente sobre afirmaciones similares. Es más, el mismo Concilio Vaticano II enseña que María es la Madre de los miembros del cuerpo de Cristo, es decir, de la Iglesia. Por eso, el Papa Pablo VI pudo proclamarla, al final de este Concilio, Madre de la Iglesia. Lo acepto. No me cuesta aceptar el Magisterio de la Iglesia, pero me gustaría saber en qué se basa esa enseñanza y esa fe.
Siempre me ha costado entender la muerte de Cristo como un sacrificio. Recuerdo que de pequeño me dijeron que en la cruz el Padre castigaba a Jesús por nuestros pecados. ¿Cómo hay que entender la muerte de Jesús?
¿Por qué la Iglesia insiste tanto en la confesión de los pecados en el sacramento de la penitencia? ¿No cree que Dios no tiene necesidad y que, igual que sabe lo que nos conviene antes de que se lo pidamos, también sabe, y mejor que nosotros mismos, nuestros pecados? ¿No sería suficiente con una acusación genérica de los pecados, el reconocerse pecador y evitar así la vergüenza de decir a otra persona los pecados?
Gracias a la generosidad de nuestros bienhechores, hemos podido seguir hasta ahora. Pero las exigencias van siempre en aumento y con frecuencia surgen gastos imprevistos, como reparaciones, adquisición de nuevas máquinas, etc.
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