El sacerdote

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"El sacerdote" te quiere ayudar a comprender la grandeza del ministerio que Dios ha confiado a algunos hombres que Él mismo ha elegido, para prolongar su misión en el mundo.
"El mismo Señor, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo [...], entre ellos constituyó a algunos ministros, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres" (Presbyterorum Ordinis, nº 2).

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Transmitir la fe con sencillez

D. Fernando Altolaguirre, sacerdote de la diócesis de San Sebastián (España), ha sido varios años párroco de pueblos rurales donde se puede encontrar aún religiosidad popular, que no es poca cosa. Pero es cierto, señala D. Fernando, que el hombre no puede quedarse estancado en este paso, sino que debe profundizar en su fe e ir creciendo en la vida espiritual. En este programa de «El Sacerdote» veremos las ventajas y desventajas de esta religiosidad popular, el papel fundamental que realiza la Virgen María en estos lugares y algunos consejos sobre cómo debería actuar un sacerdote al que se le ha encomendado el pastoreo de estas almas.

Con María es fácil caminar

Los cristianos tenemos el privilegio de haber recibido de Jesucristo a su propia Madre. Él goza con que nos acerquemos a Ella y tengamos una relación cercana. María no se queda con los méritos de esta relación, sino que la aprovecha para acercarnos a Dios. D. Fernando Altolaguirre, sacerdote de la Diócesis de San Sebastián (España), nos recuerda los medios para afianzar nuestra relación con la Virgen María y nos anima a que compartamos con Ella tanto las tristezas como las alegrías, nuestros logros y nuestros fallos, nuestros proyectos. Como madre que es, Ella verá qué es lo más conveniente para el bien de nuestras almas.

¿Qué hacer si Dios te elige?

Muchos piensan que la vida se resume en nacer, trabajar y morir. Pero no es así. A pesar de la diversidad y la multitud de la humanidad, Dios tiene un plan para cada hombre, y este plan es único e irrepetible. ¿Sabes ya lo que Dios quiere de ti? D. Fernando Altolaguirre, sacerdote de la Diócesis de San Sebastián (España), hablará en este programa de «El Sacerdote» de una forma especial, sobre la vocación sacerdotal. Dará algunos consejos a los chicos que han sentido esta llamada, para ayudarles a saber qué pasos deben seguir y con quién deben hablar, para que lleguen a ser lo que Dios espera de ellos: representantes fieles de Jesucristo en esta tierra.

El distintivo sacerdotal

Vivimos en una sociedad en la que muchos de sus miembros se han olvidado de Dios. Don Fernando Altolaguirre, sacerdote de la Diócesis de San Sebastián (España), piensa que, algo que podría reavivar esta fe y recordar al hombre que la vida no se acaba en este mundo, es la recuperación de signos que hagan referencia a Dios, en concreto los signos que manifiestan la pertenencia a Dios de los sacerdotes y consagrados. Hablamos pues en este programa de «El Sacerdote» acerca del distintivo sacerdotal o religioso, que no es un signo de poder o para llamar la atención, sino un signo pastoral, de manifestación de disponibilidad para aquel que lo necesita. Si necesito atención sacramental, pero no sé identificar quién es el sacerdote: ¿cómo voy a acudir a él para pedirle ayuda?

El Señor me fue puliendo


D. Fernando Altolaguirre, sacerdote de la diócesis de San Sebastián (España), proviene de una familia tradicional católica, no excesivamente religiosa ni comprometida, que acudía a los actos de la Iglesia más por cumplimiento que por una convicción de fe. Pero como para Dios no hay nada imposible, esta fe sin fundamento no fue un impedimento para mostrar a D. Fernando cuál era su voluntad sobre él. A los 19 años, Dios le habló claramente, y él, sin perder el tiempo, comenzó su discernimiento vocacional. Después de dos años entró en el seminario y fue ordenado el 17 mayo de 2003.

El celibato libera el corazón

A pesar de que la Iglesia ha explicado, de muchas maneras, por qué es necesario que el sacerdote viva célibe, nuestro mundo sigue insistiendo en hacer desaparecer el celibato con el pretexto del bien del sacerdote. Ante esto, D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, argumenta desde su propia experiencia. Es cierto que el sacerdote tiene que luchar para vivir de este modo, pero gracias a este don puede entregarse con mayor disponibilidad a todos, y es el camino para que su corazón se estabilice y ensanche, ya que, no tiene que dividir su tiempo entre lo personal y lo ministerial, sino que todo él esta consagrado a llevar a Dios al mundo: «El celibato no es una carga sino una mediación para que nuestra vida ministerial sea como la de Jesucristo», afirma D. Enric.

María, reflejo de Jesucristo

D. Enric Roig Vanaclocha ―sacerdote de la Archidiócesis de Valencia― tiene, desde la infancia, una especial vinculación con la Virgen María. Ella, en todo momento, ha procurado que él esté muy cerca de Jesús. Para D. Enric fue muy significativo que el seminario donde se formó se llamara «de la Inmaculada Concepción». La intercesión maternal de María por cada uno de los seminaristas y el amor que estos transmitían hacia Ella era notable, sobre todo, durante la novena de la Inmaculada y la celebración de su fiesta el 8 de diciembre. D. Enric afirma que, allá donde sea destinado, le es imprescindible que estén sus dos pilares fundamentales: Nuestro Señor Jesucristo, presente en el sacramento de la Eucaristía, y Nuestra Madre la Virgen María.

Hay que enamorarse del ministerio

En este programa de «El Sacerdote», D. Enric Roig Vanaclocha, presbítero de la Archidiócesis de Valencia, desarrolla tres puntos fundamentales dentro de la vida del sacerdote: el amor por el ministerio, la conciencia de ser trabajadores de la mies del Señor y la innegociabilidad de la oración. El sacerdote debe desempeñar su ministerio unido en todo momento al Señor porque, si no lo hace, no dará fruto. No se trata de trabajar por trabajar, sino de preguntarse: ¿Qué me pide Dios hoy? Las cosas que hago, ¿las hago por amor o por cumplir con el deber, o peor aún, para ser considerado por los demás? Para poder responder a estas preguntas, es necesaria la oración constante. Es aquí donde el sacerdote descansa en los brazos de Dios y se restituyen sus fuerzas. Por supuesto, el sacerdote no puede olvidar que la mies no es suya, sino de Dios, que se la ha confiado en sus manos para que la cuide y haga prosperar.

El confesor, canal de la misericordia

D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, reflexiona acerca de la misericordia que el Señor derrama en el sacramento de la confesión. Muchas de las angustias, ansiedades y tristezas que sufrimos provienen del pecado que oprime y rebaja al ser humano, impidiéndole la realización plena de su ser. En la confesión el alma no se encuentra con un Dios que le rechaza y le odia, sino con el Amor que espera nuestro arrepentimiento para librarnos del peso de ese pecado que nos ha hundido en la miseria. Teniendo en cuenta esto, D. Enric, nos invita a preguntarnos: ¿Por qué debería tener miedo de un Dios que lo único que quiere es salvarme? No despreciemos esta oportunidad que el Señor nos ofrece para limpiar nuestra alma: acudid con frecuencia al sacramento de la confesión.

La Eucaristía, continua unión

Gracias a la formación cristiana que recibió D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, ha tenido muy presente el sacramento de la Eucaristía desde su infancia. Experimenta que está tan dentro de él, que no puede dejar de celebrar la Santa Misa ni un solo día. Es la fuente de la vida y sería una insensatez no acudir a ella. D. Enric, para evitar por todos los medios caer en la rutina a la hora de celebrar la Eucaristía, cuida mucho su relación íntima con Jesucristo, para que, aun teniendo que celebrar varias Misas al día, cada una de ellas sea celebrada con la misma devoción, amor y entrega con que celebró su primera Misa.

El fruto de la espera

D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, esperaba con gran deseo y alegría su ordenación sacerdotal, pero lo que no podía prever era que el Señor probaría su fe antes de la llegada de este día. Cerca ya de la fecha prevista para su ordenación, comenzó la pandemia del Covid-19. Muchas actividades pastorales tuvieron que ser canceladas y otras amenazadas de llegar a ser pospuestas, entre ellas las ordenaciones sacerdotales. D. Enric vivió esta posibilidad como un gran sufrimiento. No comprendía porqué, si ansiaba darle toda su vida a Dios, tenía que esperar más tiempo para hacerlo. Pasada esta prueba, el Señor dispuso todo para que se pudiese realizar la ceremonia y este sufrimiento aumentó la fe de D. Enric y fortaleció su vocación, haciendo crecer en él la alegría y el deseo de ser solo y siempre para Dios.

Mi discernimiento vocacional

D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, al no saber con claridad qué quería el Señor para él, comenzó los estudios universitarios en la facultad de Derecho, al mismo tiempo que discernía su vocación. Este periodo, a pesar de ser un tiempo enriquecedor, ya que le ayudó a madurar y a visualizar de primera mano las necesidades más grandes de los jóvenes, en su corazón seguía resonando la pregunta que Dios puso en él: «¿Qué quiere el Señor de mí?». Esto le llevó a intensificar los ratos de oración, a acudir a la dirección espiritual y a involucrarse en las labores de la pastoral juvenil, en todo momento con una disposición abierta a lo que Dios le pudiese pedir. Finalmente descubrió que la respuesta que tanto buscaba se encontraba en lo más profundo de su alma, el deseo de una pertenencia total a Dios sin reservarse nada.

La universalidad de la Iglesia

D. Enric Roig Vanaclocha es actualmente sacerdote de la Archidiócesis de Valencia. Cuando era más joven, pensaba que «la Iglesia» era nada más que los habitantes de su lugar de nacimiento y las actividades que en ella se llevaban a cabo. Pero, después de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud realizada en Madrid en el año 2011, esta idea cambió. La visión de esa multitud de jóvenes concentrados en Cuatro Vientos, con el deseo de ser santos y de ser la luz del mundo, suscitó en D. Enric una pregunta: «¿Qué quiere el Señor de mí?». Desde ese momento, comenzó un largo periodo de discernimiento con la disposición de entregarse total y libremente a lo que Dios le pudiera pedir.

¡Cuidado con el activismo!

Hoy, debido a la escasez de vocaciones sacerdotales, la cantidad de actividad pastoral que tienen que atender los sacerdotes es desbordante. Dentro de esta situación, el mayor riesgo que corre el sacerdote es acabar en un activismo sin descanso con la posible consecuencia de terminar olvidándose de lo más importante: Dios. Para que esto no suceda, D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, ve innegociable hacer diariamente un rato de adoración ante el Santísimo Sacramento, a ser posible a primera hora de la mañana, para ver delante del Señor lo que realmente Él le está pidiendo. Haciendo esto, el sacerdote se asegura actuar siempre según la voluntad de Dios y ayudará mucho más que si se apoyara solo en sus propias fuerzas.

Ella está siempre a tu lado

D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, describe en este programa dos cualidades de la Virgen María: el olvido de sí y la servicialidad. María, aunque era la Madre de Dios, vivió con sencillez y humildad, siempre pendiente de qué necesitan los demás antes incluso que Ella misma. Así lo vemos cuando va a ayudar a su prima santa Isabel, en el viaje hacia Belén, en las bodas de Caná, etc. Ella solo buscaba una cosa: hacer la voluntad de Dios en cada momento. Y D. Carlos nos recuerda que esto no es algo que solo lo tuviera que vivir la Virgen María, sino que lo tenemos que vivir todos.

Un sacramento de curación

La vida de D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, ha estado marcada por la enfermedad, tanto por haber sufrido él una enfermedad grave como por las enfermedades que han padecido sus familiares más cercanos. Por eso, no puede obviar el tema del sufrimiento dentro de su ministerio, porque se siente llamado a llevar, desde la fe, el consuelo y la verdadera salud: la del espíritu, que todo enfermo necesita. D. Carlos explica además, en este programa de «El sacerdote», en qué consiste el sacramento de la Unción de Enfermos, quién puede administrarlo y recibirlo, en qué ocasiones se administra y de qué modo hay que recibirlo.

Dios limpió mis miserias

Para D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, de todo lo que engloba la misión sacerdotal, el sacramento de la Confesión era algo que le sobrepasaba. Consideraba que no iba a poder ayudar correctamente a las almas que acudirían a él para recibir el perdón de Dios. Sin embargo, el Señor erradicó este miedo totalmente, y le mostró que simplemente debía acudir al Espíritu Santo y dejarle actuar. Con la vida no se juega, y por eso D. Carlos nos advierte que con la vida espiritual tampoco se debe jugar. Si hemos caído cometiendo un pecado grave, no debemos perder el tiempo, hay que acudir arrepentidos a Jesucristo que, a través del sacerdote, quiere devolvernos la gracia perdida.

Recibid dignamente a Cristo

Jesucristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Santa Eucaristía, está deseando entrar en nosotros para unirnos estrechamente a Él y fortalecernos en nuestra lucha espiritual, aunque muchas veces estamos tan llenos de ocupaciones que no le permitimos entrar. Para favorecer esta unión con Cristo, D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, nos explica que, hay que estar en gracia de Dios para poder recibirle dignamente, y si uno ha caído en pecado mortal, acudir cuanto antes al sacramento de la Confesión. Y además, para vivir bien la Santa Misa, D. Carlos nos recomienda llegar a la Iglesia un poco antes, desconectar de las labores del día y dejar que nuestra alma se centre solo en Dios. Nunca sabes si esta pudiera ser tu última Misa, por tanto, no desperdicies esta oportunidad de unirte a Dios.

La alegría de ser sacerdote

Para D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, dentro de su periodo formativo como seminarista, el momento que más llenó de alegría su corazón fue la ordenación diaconal. Aunque en esta celebración el seminarista aún no es sacerdote plenamente, pues no puede consagrar en la Santa Misa ni perdonar los pecados en la Confesión, este es consagrado de modo especial a Dios para servirle más de cerca. Y esto permitió a D. Carlos hacer más viva y consciente esa llamada inesperada que el Señor puso en su vida. Desde ese momento, ya era de Dios y ansiaba la llegada de la ordenación sacerdotal donde se entregaría a Él para siempre, sirviéndole allá donde más le necesitase.

Una llamada sorpresa

«El Señor te da los medios para que tú puedas dar la vida por Él». Esto es lo que descubrió, hace catorce años, D. Carlos Bou Aliaga, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia. En ese momento, tuvo una experiencia a través de la cual pudo conocer a ese Dios misericordioso que busca tu salvación y te ama infinitamente. El Señor le mostró que quería que fuese sacerdote. Este descubrimiento le causó una gran sorpresa: no era un hombre joven, sino un viudo con dos hijos ya independizados. Poco a poco, descubrió que esa llamada no era de ahora, sino que en su juventud el Señor había intentado entrar en su vida, pero él no supo escucharlo y, por eso, realizó su vida a su manera. Tras un discernimiento, con la ayuda de un sacerdote y de su obispo, pudo certificar la autenticidad de esa llamada y hoy da gracias a Dios por haber sido elegido.

María, el mejor modelo de mujer

¿Quién puede entender a Cristo sin la Virgen María? María, señala D. Juan José Segarra Gómez, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, nos hace recordar constantemente las enseñanzas de Jesucristo. Ella vivió, y vive, pendiente de la voluntad del Señor: esta es su única preocupación. D. Juan José nos enseña en este programa por qué considera a la Virgen María como el mejor modelo para la mujer, y en qué consiste su misión como madre de los sacerdotes. Si estás cerca de María, inevitablemente, estarás junto a Dios, afirma. Y añade: «Ella te enseñará cómo ser sencillo, humilde y, sobre todo, a amar, con amor sincero y puro, a Dios que te creó».

Trabajad por uniros a Cristo

En cuanto dejamos de lado a Dios y ponemos por encima de Él los trabajos y preocupaciones que nos rodean, todo esto termina por ensordecer la voz de Dios y nuestra mirada se vuelve solamente humana, perdiendo de vista nuestro fin último: el Cielo. Esto es peligroso para todos, pero si un sacerdote cae en esto, acabaría poco a poco descuidando su ministerio y dedicándose al mundo como un trabajador más. D. Juan José Segarra Gómez, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, nos advierte de este peligro y de otro aún peor: el doble lenguaje. El sacerdote no puede dejarse llevar por las modas o la presión social. A lo que es «sí» debe decir «sí» y a lo que es pecado debe llamarlo como tal, sin rebajar sus consecuencias.

Solo quiero hacer su voluntad

D. Juan José Segarra Gómez, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, nos cuenta su experiencia como capellán en el Hospital Clínico Universitario de Valencia. Aprendió mucho de los enfermos a los que tuvo la oportunidad de asistir. Vio ejemplos de todas las edades y reconoce que le ayudó a crecer en su unión con el Señor y a saber llevar, con fe y esperanza, los sufrimientos y la cruz. Para entender esto, es esencial contemplar la entrega de Nuestro Señor Jesucristo porque, solo unidos a Él seremos capaces de dar un sentido sobrenatural a nuestros sufrimientos y, con su ayuda, podremos llevar con más ligereza el peso de nuestra cruz.

No juguéis con el pecado

D. Juan José Segarra Gómez, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, nos advierte de que, a causa de la desvalorización del pecado y de sus consecuencias, se ha llegado al punto de pensar que ni siquiera existe tal cosa. Pero la realidad está ahí y, aunque no queramos aceptarlo, nuestras acciones tienen repercusiones humanas y espirituales en nuestra vida. D. Juan José asegura que la confesión no es una actuación, sino que quien acude con fe y arrepentimiento de sus pecados, recibe el perdón del mismo Dios y la fuerza para luchar contra el pecado en las batallas que vendrán. Mantener el alma limpia permite a la persona la gracia inmensa de unirse más íntimamente a Jesús Eucaristía.

El valor de la liturgia

La liturgia que celebra hoy la Iglesia católica ha sido custodiada por la Tradición desde los comienzos de la predicación apostólica, hace ya XXI siglos. Dios le ha confiado este tesoro a toda la Iglesia, es decir, a todos los bautizados, para que lo mantengan como lo han recibido, hasta que Él vuelva. D. Juan José Segarra Gómez, sacerdote de la archidiócesis de Valencia, quiere mostrarnos en este programa las riquezas que contiene este tesoro, la liturgia, con el fin de que aprendamos a valorar lo que se nos ha dado y, firmemente, lo custodiemos y defendamos, sobre todo, de aquellos que intentan con insistencia modernizar algunos aspectos de la liturgia, para que no sufra en ningún momento modificación alguna.

Somos sellados eternamente

¿A qué se compromete un sacerdote? A entregar su vida a Dios para toda la vida. D. Juan José Segarra Gómez, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, nos explica que, sin una mirada de fe, pudiera parecer que ordenarse sacerdote es solo firmar unos papeles que cuando uno quiera puede romper. No es así. Lo que en una ordenación sacerdotal sucede es la entrega total de una persona a Jesucristo para que disponga de él en cualquier momento y lugar para hacerse presente entre los hombres. Debido a esto, se realiza un largo discernimiento y formación para verificar que realmente existe una llamada de Dios y que el candidato está dispuesto a entregarlo todo. Y es entonces cuando será convocado para este gran día, cuando será sellado por Dios, como otro Cristo, para la eternidad.

Algo le faltaba a mi vida

D. Juan José Segarra Gómez es un sacerdote de la Archidiócesis de Valencia. Durante su juventud, familia, estudio y deporte eran las cosas que rodeaban su vida y él pensaba que eran lo suficiente para ser feliz. Pero, poco a poco, fue experimentando un vacío tan grande que no podía llenar con nada de lo que poseía materialmente. Gracias a una buena amistad acudió a una convivencia. Tenía 26 años. En una adoración eucarística experimentó que ahí mismo, delante de él, se encontraba presente Jesucristo vivo, y que Él era el único que podía llenar ese vacío que le invadía. Tras un largo discernimiento, descubrió que Cristo no solo quería saciar su vacío, sino que además lo elegía para ser íntimo testigo de su Palabra siendo su sacerdote.

La intercesión de la Virgen María

Tras visitar diversos santuarios marianos (Fátima, Zaragoza, Lourdes, Medjurgoje, etc), D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), nos cuenta que ha recibido en cada uno de ellos una gracia de acercamiento a la Virgen, descubriendo que es Madre de Dios y Madre nuestra, y se preocupa por la salvación de todos los hombres. Ha aprendido también la importancia de la penitencia y, sobre todo, la urgencia de buscar siempre la voluntad de Dios, como nos enseña en las Bodas de Caná: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

Mi vida pertenece a Dios

Siempre ha costado entender la vida sacerdotal y, sobre todo, el celibato. Muchas voces han sostenido que este tipo de vida es una fuente de frustraciones para el sacerdote. Pero no es así. El sacerdote escoge libremente esta forma de vida para identificarse más con Jesucristo. D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), tiene clarísimo que él es solo de Dios y que es esa unión íntima con Él la que le permite estar disponible para las necesidades de los demás. Continuando su reflexión, D. Pablo ve necesario el uso de un distintivo sacerdotal que muestre visiblemente que el sacerdote es de Dios y que solo nos dará a Dios.

En la Eucaristía está todo

D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), señala que, aunque el sacerdote no tiene obligación de celebrar la Santa Misa diariamente, solo el domingo, debe recordar la palabra de Cristo, que dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6, 53). El sacerdote tiene esta posibilidad de comulgar a diario: ¿y no va a hacerlo? La Santa Misa nos ofrece la oportunidad de tener a Dios entre y en nosotros. No podemos prescindir de la Eucaristía como si fuera una cosa más en nuestro día.

Guarda un tiempo para la oración

Un sacerdote que no reza corre el peligro de perder su ministerio, no porque no tenga vocación, sino porque las cosas del mundo acabarán por atrapar su corazón para arrastrarlo lejos de la voz de Dios. Sabiendo esto, D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), guarda siempre al menos una hora al día para estar a solas con el Señor, expuesto en la custodia. Allí, en esa soledad con Dios, el alma encuentra la intimidad con su Creador, y este le muestra las cosas que aún debe purificar, aquellas otras contra las que debe luchar y reaviva el recuerdo de por qué vive, por qué está luchando, por qué es sacerdote y cuál es su meta final: glorificar a Dios con su vida y alcanzar la vida eterna.

El presbítero también es limitado

Es cierto que el presbítero debe estar sobre sí mismo más que un laico porque representa a Jesucristo y, por lo tanto, no puede comportarse ni expresarse de cualquier forma. Pero D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), subraya que es importante que el pueblo, y el mismo sacerdote, recuerden que el presbítero sigue siendo un ser humano, limitado, para el que las caídas y los fallos entran dentro del día a día. El problema no está en caer, sino en no levantarse, o aún peor, no luchar para evitar esa caída.

Dios siempre cumple sus promesas

D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), vio llegar el día tan esperado de su ordenación sacerdotal como el cumplimiento de la promesa que el Señor hizo de sostenerle. Aparentemente, todo sigue igual después de la ordenación. Pero la realidad es que no es así: el presbítero queda consagrado a Dios y, si es fiel a lo prometido ese día, el Señor realizará a través suyo obras que ni el mismo ministro puede imaginar.

Sin el Señor no tengo nada

Para D. Pablo Sanchis Cano, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia (España), la práctica de la fe católica ha sido, desde la niñez, algo natural. De hecho, sus padres siempre han estado abiertos a lo que Dios pudiera pedir de cada uno de sus hijos y los ofrecieron a la Virgen con esta oración: «De nuestros hijos, coge a los que quieras». D. Pablo, aunque lo sabía, pensaba que su vocación era la matrimonial y orientaba toda su vida, sus estudios y los posibles trabajos, con relación a esta idea. Sin embargo, Dios tenía otros planes. Comenzó a comprenderlo con mayor claridad en la beatificación del papa Juan Pablo II.

Mi experiencia apostólica

El P. Antonio Turú Rofes, mCR, es el superior general de la Sociedad Misionera de Cristo Rey. Desde que fue ordenado sacerdote ha vivido momentos tanto de satisfacción pastoral como de turbulencias e incluso persecuciones. Pero, en cada una de esas situaciones, ha visto la mano providente de Dios, que de una forma u otra le ha socorrido, sostenido y dado la fuerza que necesitaba en cada momento. El P. Antonio compartirá con nosotros algunas de las experiencias apostólicas que más le han ayudado a crecer en la fe en Dios y le han alentado a querer desgastar su vida para que muchas almas conozcan y se acerquen a Dios.

El sacerdote representa a Cristo

El P. Antonio Turú Rofes, mCR, superior general de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, explica que, a partir de su ordenación sacerdotal, ese hombre es un representante auténtico de Jesucristo. Por eso no puede hablar ni actuar de cualquier manera. Ha sido consagrado por Dios y para Dios. Cristo le confía la misión de permitirle actuar a través suyo las veinticuatro horas del día. Solo el sacerdote puede consagrar, solo él puede dar la absolución, es decir, devolver la vida de la gracia al alma. El P. Antonio pide oraciones por los sacerdotes para que sean conscientes del don que poseen y nunca traicionen las promesas que un día hicieron ante su obispo y ante Dios.

Déjate guiar por Dios

¿Verdaderamente dejas que Dios dirija tu vida? El P. Antonio Turú Rofes, mCR, superior general de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, afirma que, cuando una persona confía plenamente en Dios y en su actuar, no se turba ante los cambios de planes, porque sabe que el Señor conoce mejor que él mismo lo que le va a ayudar más a su alma en ese momento. El P. Antonio nos anima a hacer actos de fe en Dios, pero no de forma pesada y triste por tener que hacer su voluntad y no la propia, sino que deben hacerse desde el amor y la confianza en que nuestro Creador, por habernos creado, sabe qué es lo que mejor hará crecer nuestra alma.

«Madre, ayúdame a perseverar»

«Madre, ayúdame a perseverar». Esta es la oración que frecuentemente dirige el P. Antonio Turú Rofes, mCR, superior general de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, a Nuestra Madre, la Virgen María. Una madre vela por el cuidado, salud y buen desarrollo de sus hijos, para que el día de mañana sean autosuficientes. La Virgen María, como madre, nos quiere ayudar no solo en el ámbito terrenal sino en el ámbito espiritual. Ella quiere que todos sus hijos alcancen el Cielo, pero para que nos pueda ayudar necesita que la invoquemos, que acudamos a Ella, que nos confiemos en sus manos. Lo que más desea para nosotros es nuestra salvación. Sus manos están llenas de las gracias que Dios le da para repartir entre sus hijos, pero si no se las piden, Ella no las puede dar.

Tenemos que ser santos

El P. Antonio Turú Rofes, mCR, superior general de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, da gracias a Dios por los buenos ejemplos que recibió durante su infancia y juventud por parte de los que le rodeaban, porque gracias a ellos, siempre buscó hacer el bien. Este camino fue el que le llevó a encontrarse con la llamada de Dios a ser sacerdote, a la cual sus padres no se opusieron en ningún momento, sino que, por el contrario, se alegraron enormemente de que su hijo hubiese sido elegido para recibir don tan grande. Su mayor deseo es alcanzar el grado de santidad al que Dios le llama y, para eso, se esfuerza diariamente en ser dócil instrumento en sus manos para que Él pueda realizar su obra.

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